domingo, 20 de febrero de 2011

EL ALBA DE NUESTRA ESPIRITUALIDAD: Segundo Galilea



Un libro sencillo, y profundo a la vez, del conocido teólogo Segundo Galilea, sobre la espiritualidad de los padres del desierto, intentando recoger de la riqueza de doctrina y el testimonio de vida de los fundadores de la vida religiosa, algunas claves para nuestro caminar cristiano de hoy.





Siempre he intuido que aquellos sencillos campesinos, y algunos doctos, que al terminar la era de las persecuciones, optaron por retirarse al desierto simplemente para vivir el santo Evangelio hasta sus últimas consecuencias, tienen mucho que enseñarnos a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI.

Los padres del desierto han encontrado el sentido último de sus vidas en la búsqueda de Dios por el camino de la soledad, el silencio y la oración, es decir, a través de una senda interior, allí donde se halla la "perla preciosa" de nuestra felicidad humana más plena, donde brota el manantial de la caridad, que vivifica el mundo, como un torrente de agua viva.

Hacer la experiencia de la soledad y del desierto para encontrarnos con nuestras propias sombras, para hallar nuestra identidad más profunda como hijos e hijas del Dios vivo, llamados a realizar la imagen del Hijo muy amado, Jesucristo.

Sí, y los padres del desierto son tremendamente realistas, no se andan por las ramas, ni nos proponen dulces consideraciones, su palabra es alimento sólido para el que quiere vivir la experiencia, pues esta búsqueda interior es una verdadera milicia, es el combate con el hombre viejo, con todos sus vicios y apetitos, y que ya ha sido vencido por Cristo Jesús en el madero de la cruz.



Pero no todo es lucha,... el desierto también significa recuperar la belleza del paraíso perdido, la invitación a gustar desde ya el gozo inefable de la contemplación, el fuego mismo de la caridad, que se desborda sobre nosotros, y que acoge en un abrazo de verdadera compasión a todo el orbe.

Nada más luminoso que los ojos de un ermitaño, cuando reune en la humildad de su corazón a toda la humanidad sedienta de Dios.

Danos esta sed, Señor, danos sed de ti y de tu gracia, para que seamos transformados en el fuego de tu Espíritu Santo, y podamos proclamar con María, la virgen Madre de Dios, tus grandezas en nuestras vidas. Amén.



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