martes, 15 de noviembre de 2011

ALABAR A DIOS: Una oración poderosa


Alabar a Dios es reconocer y confesar su grandeza y su poder, que superan con creces nuestras capacidades humanas.

Alabamos a Dios por las maravillas de la creación, la inmensa variedad y hermosura de todo cuanto existe, y el milagro palpitante de la vida.

Alabamos a Dios por los grandes momentos de la historia de la salvación: la elección de Abraham, la liberación de Egipto, la entrada a la tierra prometida, la alianza, el reinado de David, la vuelta del destierro, la promesa mesiánica, los profetas.

Alabamos a Dios por habernos enviado a su amado Hijo Jesucristo, por el milagro de la Encarnación, por todas las manifestaciones de amor y misericordia de Jesús, el Hijo de Dios, por el testimonio de su amor a través de la pasión y muerte en cruz, por su victoriosa Resurrección y Ascensión al cielo.

Alabamos a Dios por el Espíritu Santo, por la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios, por los sacramentos, por el don de la Palabra de Dios, por María, la Virgen, nuestra buena madre.

Alabamos a Dios por nuestra propia historia personal que es también historia de salvación y de gracia, por habernos llamado y escogido, por habernos concedido el don precioso de la fe, por el perdón de nuestros pecados y por su gran misericordia.

Alabamos a Dios por todos los detalles de nuestra vida, nuestras familias, el trabajo, nuestros estudios, los amigos, por los pequeños acontecimientos diarios a través de los cuales sentimos su mano amable y su bendición.

Alabamos a Dios también por nuestros problemas y dificultades, por las circunstancias difíciles de nuestra vida. Sabemos que Dios tiene un plan de amor para con nosotros, y que todo lo ordena para nuestro mayor bien. El amor providente de Dios siempre nos auxilia, aunque pasemos por quebradas oscuras.

Alabamos a Dios por todo lo hermoso, lo verdadero, lo puro, lo noble que hay en el mundo: el avance de la ciencia y de la tecnología, el nacimiento de un niño, la sonrisa de un anciano, el trabajo de unos voluntarios en el campo de la solidaridad, la paz entre las naciones.

La oración de alabanza es, ciertamente, poderosa: acrecienta nuestra fe y nuestra confianza en Dios, abre el tesoro de las bendiciones divinas, infunde una paz profunda en el corazón del creyente, trae fortaleza y luz, y es fuente inagotable de grandes gracias para el mundo.

Todo ser que respira alabe al Señor, Aleluya (Salmo 150)

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