Cuando estaba en la universidad, mediados los ochenta, se me
impuso desde las aulas una visión izquierdosa e izquierdista de la realidad
social y económica, de la historia, de la condición humana, de cuyos principios
y dogmas no me era lícito apartarme.
Pero yo siempre he sido un rebelde.
Recuerdo mis intentos por razonar, por establecer conexiones
con otros marcos teóricos, por criticar la realidad histórica de los llamados
socialismos reales, o simplemente por dialogar.
Nada más humano y democrático que el diálogo. Que le
pregunten a Platón.
Esfuerzo completamente inútil. Desde la lógica del pensamiento
único no cabe la disidencia. Hermano mío, o estás conmigo o estás contra mí.
Todo punto de vista diferente era interpretado
de pro-burgues,... justificador del sistema capitalista, reformista,…
En el reino de los pre-conceptos, de los pre-juicios, de los
presupuestos ideológicos, la razón dialogante termina claudicando. Una
situación atentatoria de la dignidad de la razón humana.
Habrá alguno que le podrá parecer paradójico que yo, teólogo
y, para más inri, profesor de Religión, apele a la dignidad de la racionalidad
humana. La tradición cristiana siempre ha considerado a la razón su gran
aliada. Todo el edificio de la teología se fundamenta en la posibilidad que
tenemos de razonar la fe que se nos ha transmitido.
Es tarea del teólogo buscar caminos de diálogo con el
pensamiento, la historia y la cultura, y desde este contexto, intentar dar
razón de la fe que profesa.
Los años han pasado. En la universidad, cuestión de supervivencia,
me limité a repetir el discurso izquierdoso que querían escuchar mis profesores
sin apartarme ni un ápice de la ortodoxia oficial. A la postre logré graduarme
con excelentes notas y todos tan contentos.
Ahora vivo en España, desde otras instancias: medios de
comunicación social, partidos políticos, órganos oficiales, etc. se me quiere imponer
de nuevo un modelo de lo “políticamente” correcto, una cosmovisión del mundo que
no busca dialogar conmigo, ni apela a mi razón para convencerme.
En este esquema a los que no piensan igual a lo
mandado no se les escucha, sencillamente se les tilda de fachas. Una palabra
cargada de odio, transmisora de odios, una palabreja fea, espantosa ¿quién se
atreverá a opinar distinto en materia de aborto, por ejemplo, de homosexualidad,
o educación, si su pensamiento es calificado, por la cara, de facha?
Te llamo facha, y listo, te desacredito, y, además, paso por "progre".
Es la intolerancia de los tolerantes, la irracionalidad de
los que apelan a la razón, su razón, y no admiten críticas ni cuestionamientos.
Es el lenguaje del odio y la descalificación, el que, por
cierto, en este movido año electoral, me ha tocado escuchar en repetidas entrevistas e
inflamados discursos mitineros.
La lucha es: o defender la libertad de nuestra conciencia y buscar
la verdad sin componendas ideológicas que nos hagan quedar bien de cara a la
galería; o plegarnos servilmente a la razón dominante, al “sentido común” que
nos imponen, evitando así que nos tachen de fachas, y logrando, incluso, que
nos consideren modernos o "progres".
Esperamos no claudicar, ser valientes, por amor a la misma verdad,
por fidelidad a nuestra conciencia,… por simple coherencia con nuestra dignidad,…
para que no nos sometamos acríticamente al pensamiento dominante a cambio del
plato de lentejas de la aprobación social.
@elblogdemarcelo
Los progre son intolerantes,son de lo peor.
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