martes, 2 de junio de 2015

¿Facha o progre?: La lógica de la intolerancia


Cuando estaba en la universidad, mediados los ochenta, se me impuso desde las aulas una visión izquierdosa e izquierdista de la realidad social y económica, de la historia, de la condición humana, de cuyos principios y dogmas no me era lícito apartarme.

Pero yo siempre he sido un rebelde.

Recuerdo mis intentos por razonar, por establecer conexiones con otros marcos teóricos, por criticar la realidad histórica de los llamados socialismos reales, o simplemente por dialogar.

Nada más humano y democrático que el diálogo. Que le pregunten a Platón.

Esfuerzo completamente inútil. Desde la lógica del pensamiento único no cabe la disidencia. Hermano mío, o estás conmigo o estás contra mí. Todo punto de vista diferente era interpretado de pro-burgues,... justificador del sistema capitalista, reformista,…

En el reino de los pre-conceptos, de los pre-juicios, de los presupuestos ideológicos, la razón dialogante termina claudicando. Una situación atentatoria de la dignidad de la razón humana.

Habrá alguno que le podrá parecer paradójico que yo, teólogo y, para más inri, profesor de Religión, apele a la dignidad de la racionalidad humana. La tradición cristiana siempre ha considerado a la razón su gran aliada. Todo el edificio de la teología se fundamenta en la posibilidad que tenemos de razonar la fe que se nos ha transmitido.

Es tarea del teólogo buscar caminos de diálogo con el pensamiento, la historia y la cultura, y desde este contexto, intentar dar razón de la fe que profesa.

Los años han pasado. En la universidad, cuestión de supervivencia, me limité a repetir el discurso izquierdoso que querían escuchar mis profesores sin apartarme ni un ápice de la ortodoxia oficial. A la postre logré graduarme con excelentes notas y todos tan contentos.

Ahora vivo en España, desde otras instancias: medios de comunicación social, partidos políticos, órganos oficiales, etc. se me quiere imponer de nuevo un modelo de lo “políticamente” correcto, una cosmovisión del mundo que no busca dialogar conmigo, ni apela a mi razón para convencerme.

En este esquema a los que no piensan igual a lo mandado no se les escucha, sencillamente se les tilda de fachas. Una palabra cargada de odio, transmisora de odios, una palabreja fea, espantosa ¿quién se atreverá a opinar distinto en materia de aborto, por ejemplo, de homosexualidad, o educación, si su pensamiento es calificado, por la cara, de facha?


Te llamo facha, y listo, te desacredito, y, además, paso por "progre".

Es la intolerancia de los tolerantes, la irracionalidad de los que apelan a la razón, su razón, y no admiten críticas ni cuestionamientos.

Es el lenguaje del odio y la descalificación, el que, por cierto, en este movido año electoral, me ha tocado escuchar en repetidas entrevistas e inflamados discursos mitineros.

La lucha es: o defender la libertad de nuestra conciencia y buscar la verdad sin componendas ideológicas que nos hagan quedar bien de cara a la galería; o plegarnos servilmente a la razón dominante, al “sentido común” que nos imponen, evitando así que nos tachen de fachas, y logrando, incluso, que nos consideren modernos o "progres".

Esperamos no claudicar, ser valientes, por amor a la misma verdad, por fidelidad a nuestra conciencia,… por simple coherencia con nuestra dignidad,… para que no nos sometamos acríticamente al pensamiento dominante a cambio del plato de lentejas de la aprobación social.

@elblogdemarcelo



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