domingo, 8 de noviembre de 2015

La Justicia y el Derecho: el corazón de la Biblia. Una experiencia de taller en clase


Estos días he estado haciendo una tarea con algunos grupos de alumnos, les he invitado a escribir historias de esclavitud y de liberación. Busco con ello que aprendan a reconocer situaciones actuales de privación de la libertad, y la lucha que conlleva todo proceso de liberación de aquello que nos oprime, de aquello que atenta contra nuestra dignidad. Sencillamente, quiero que se "metan" en la situación.

La experiencia de esclavitud/libertad/liberación está en el corazón del mensaje de la Biblia. Cuando leemos sus páginas nos damos cuenta que el tema central es el asunto de la "Tsedeq" y la "Tsedaqah", es decir, la justicia y el derecho. Sólo desde esa clave se puede comprender la absoluta novedad del Dios Yahvé, frente a la experiencia religiosa de los otros pueblos de la antigüedad, con sus panteones de dioses opresores y faraónicos.

Pues bien, quiero introducir a los alumnos en la historia de lucha y de liberación que recorre las páginas del Antiguo Testamento: la manifestación de un Dios único, que no tiene imagen, que no está amarrado a un lugar, y que desvela su rostro amoroso en la lucha por la justicia, un Dios preocupado por el sufrimiento del pobre y del indigente, del huérfano y de la viuda, del extranjero. 

Yahvé, el que ES/ESTÁ, elige a unos esclavos sin papeles, gente sin tierra ni dignidad, pienso hoy día, por ejemplo, en el pueblo saharaui, y los invita a liberarse del yugo del faraón, pero no mágicamente, sino enfrentándose al poder militar de Egipto, con Moisés como líder y con la ayuda de Dios que lucha en ellos y con ellos.

Estos esclavos después de un largo recorrido por el desierto alcanzan por fin la tierra prometida. En el duro camino se han ido convirtiendo en un pueblo, el pueblo de la alianza, han tomado conciencia de ellos mismos, de su excelso destino, de su dignidad.

En Canaan los hebreos fundan un nuevo modelo de sociedad, una sociedad contraste, que no está basada en la violencia de hermano contra hermano, ni en la esclavitud. La clave está en el reparto de la tierra entre las familias que forman las tribus de Israel. Ser el dueño de la tierra es condición imprescindible para ser un hombre libre.


En este sentido, el Israel primitivo es una nación única, un pueblo que no está gobernado ni por reyes ni por sus cortes, que no tiene ejércitos, que no está sometido a tributos. En la asamblea de los ancianos, los jueces administran justicia, dirimen los asuntos entre hermanos. Ellos deben ser un reflejo de la alianza, transparencia del Dios justo y santo, el verdadero Rey de la nación.

Luego, en los avatares de su historia, los israelitas se apartarán de este ideal, se convertirán en una nación como las de sus vecinos, con reyes, con soldados, con impuestos, y ya no se guardará el derecho y la justicia para con el hermano. Los profetas les recriminarán a la cara que se han apartado, precisamente, del ideal de la justicia y la misericordia, la esencia de la Ley, pero ellos no escuchan, y entonces sobrevendrá la catástrofe anunciada, la invasión de Babilonia, el destierro.

Jesús de Nazaret llevará a su plenitud esta experiencia del Dios que se revela en el amor y la lucha por la justicia, basta leer, por ejemplo, el Sermón de la Montaña o la escena del juicio final, para darse cuenta como el tema del pobre y del necesitado vuelven a estar en primer termino: el hambriento, el sediento, el desnudo, el emigrante, el enfermo, el que está en la cárcel, allí se muestra y se revela el Dios viviente.

Los alumnos han escrito sus historias, las hemos leído en clase, algunas son mejores que otras, por supuesto, los chicos no están acostumbrados ni a crear ni a escribir, pero han hecho un esfuerzo por meterse en una situación de esclavitud y por dar una solución liberadora al problema. Les he dado una semana más para que corrijan y mejoren el primer borrador y me lo entreguen. Y volveremos a leer algunos de sus relatos, pues, reconozco, no falta en muchos ni creatividad ni ingenio, sólo es cuestión de remover bien la tierra de los talentos que se esconde en el corazón de los jóvenes.

Con esta experiencia de aprendizaje, espero, ir navegando mar adentro, e irles descubriendo esta apasionante historia, la de Israel, el pueblo de la Biblia, 

@elblogdemarcelo

domingo, 1 de noviembre de 2015

Fiesta de Todos los Santos: 12 rasgos de la santidad en el siglo XXI



Hoy, 1 de noviembre, celebramos la fiesta de Todos los Santos, efemérides que nos recuerda la gran dignidad de lo que significa ser persona, el sentido definitivo del proyecto de Dios sobre el hombre y la mujer: compartir con nosotros el misterio de su propia santidad.

Ser santos no es ninguna proeza sobrehumana, es, sencillamente, vivir en forma auténtica nuestra condición humana, conforme a nuestra vocación y estado de vida.

Tú y yo, y todos, estamos llamados, hoy y aquí, a experimentar el misterio de la santidad de Dios, que es tanto como decir: participar de la propia felicidad del Dios vivo realizando el destino para el cual hemos sido creados.

Pensando todas estas cosas, me he estado preguntando ¿cómo ser santos en el siglo XXI?, porque si bien es cierto que, más allá de las épocas y los lugares, la santidad cristiana es una sola, a veces observo algunos estereotipos sobre lo que significa ser santo o santa que no se corresponden con los tiempos que vivimos, y que, definitivamente, no nos ayudan a comprender el llamamiento universal que Dios está haciendo a cada uno a la santidad.

Hemos de vivir un modelo de santidad que sea acorde a los desafíos del siglo XXI, al contexto que nos toca vivir, sabiendo que la voz de Dios  se deja sentir a través de los entresijos de la historia, con sus luces y con sus sombras.

Hablaríamos así de algunos rasgos de realización actual de la vocación a la santidad, porque se es santo o santa no en un mundo abstracto/ideal sino en el contexto concreto de la historia.

Desde esta perspectiva, podemos identificar, a modo de ensayo, 12 posibles características de la santidad cristiana del siglo XXI:

 1. Santidad “En seguimiento a Jesucristo”: Santidad es siempre camino de discipulado, experiencia de entrega y comunión con Jesús Resucitado, según el modelo de seguimiento que encontramos en el Nuevo Testamento, particularmente en los Evangelios.

2. Centralidad de la Palabra de Dios: Santidad es dejarse transformar por la Palabra de Dios, vivida y orada en la soledad del corazón, y en la asamblea litúrgica. La Palabra de Dios tiene que estar en el centro del camino cristiano.

3. Testigos de la misericordia: Los santos son testigos de la infinita misericordia de Dios que abraza como un fuego a todos los seres humanos. El hombre santo es aquel que ha experimentado más de cerca esta gran misericordia, por lo que está llamado a comunicarla a los demás en medio de la historia.

4. Sentido ecológico de comunión con la creación: Hoy cuando somos tan sensibles a los temas relativos al medio ambiente, necesitamos un modelo de santidad que invite a una comunión respetuosa con la naturaleza, y que apueste por un sentido ecológico de encuentro con la creación.

5. Talante profético frente a la lógica del egoísmo capitalista: Ser santo es desmarcarse de la lógica consumista de las sociedades del mercado. Es ser profeta, viviendo un estilo sobrio y sencillo de relación con las cosas, denunciando con la propia existencia todas las esclavitudes que nos vienen impuestas por la idolatría de la mercancía, por la deshumanización de una sociedad basada en la acumulación insolidaria de bienes y riquezas.

6. Experiencia renovada de la contemplación: Hoy, más que nunca, necesitamos hombres y mujeres que hayan experimentado a Dios en el fuego de la oración contemplativa. Para que lo divino no se convierta en un asunto de meras palabras, lo prioritario es dejarse transformar por el Dios vivo, en la fragua de la contemplación y el encuentro personal con el Señor. 

7. Dóciles al Espíritu Santo: Hombres y mujeres del siglo XXI dóciles a la acción renovadora del Espíritu Santo en la Iglesia, a sus dones y carismas para la edificación del Pueblo de Dios, abiertos a la experiencia siempre nueva de Pentecostés.

8. Sentido comunitario-eclesial de la santidad: Hombres y mujeres santos con un profundo sentido comunitario y eclesial de la vida cristiana. El Santo no vive aislado, es siempre un hombre para los demás, que se entrega a Dios y a los hermanos como miembro vivo de una comunidad eclesial, encarnando el misterio de la  comunión en Cristo, cabeza del Cuerpo.

9. Solidaridad, amor a los pobres, sentido de la justicia: En un mundo preñado por tantas injusticias y desigualdades no podríamos entender la santidad sin una búsqueda activa de un cambio social según el modelo de Jesús en el Sermón de la Montaña”, viviendo la santidad a través de gestos concretos de amor y entrega a los más pobres, de solidaridad con las víctimas.

10. Santidad desde los sanos valores laicales: Los tiempos nos están llamando a ser santos desde los valores positivos del mundo secular, construyendo con los hombres y mujeres de buena voluntad, la sociedad humana: ejerciendo con alegría y espíritu de servicio nuestro trabajo y profesión,… participando en una comunidad de vecinos, haciendo la compra y en el mismo autobús de vuelta a casa.

11. Renovado sentido misionero y evangelizador: En medio de los avatares del secularismo galopante que domina muchos ambientes, se nos invita a vivir la gracia de la santidad, con una actitud misionera y evangelizadora, haciendo presente al Señor más allá del templo y la religión, allí donde los seres humanos se reúnen y comparten las preocupaciones de cada día.

12. Santos y Santas con María, la mujer nueva para el nuevo tiempo: Vivamos nuestra experiencia de la santidad en estrecha comunión con María, la Madre del Señor, en ella se realizan a plenitud las características de la santidad del siglo XXI. María, modelo eximio de santidad en la Iglesia para todos los tiempos.

¿Y tú, hermano, hermana, que otra característica de la santidad del siglo XXI agregarías a este pequeño listado?